El truco está en no contar las horas del reloj que traspasan la cortina de la medianoche.
Un umbral desesperado de miedo y terror, de inseguridad y fluidez. Una boca oscura que te traga sin piedad como un infierno de la nada más absoluta.
Un limbo de pensamientos lóbregos y diáfanos que supuran en su clandestinidad el más absoluto e irracional temor de toda una vida. Un mar de inseguridad y aire envenenado en nicotina que te arrastra para reducir tu consciencia al más puro instinto de la desesperación.
Una salida en la que no existe el triunfo ni la desdicha.
Mi irregular torrente de duda y miedo me hace replantear un rumbo de mi vida que considero tímidamente, con el miedo y la locura sujeto a la espalda. Una ligera brisa llena de pavor al no reconocer tu futuro. Un futuro lleno de nubes y relámpagos. Una tierra yerma en la que te deshidratas rápidamente. Un mundo sin luces, sin vida.
Escombros reducidos de una firmeza ficticia y articulada por el deseo. Por el deseo de continuar vivo, de sobrevivir y no de triunfar. Un vacío en el que te condenas a tí mismo a algo que no quieres, a algo que no soportarías. A un futuro real.
Una copa llena hasta los bordes de delicioso y tenebroso néctar del que se nutren las más oscuras pesadillas creadas a partir de la sociedad y el exigente nivel de consumo que te rodea. Una pesadilla muy real y muy presente que te carcome poco a poco mientras borras tus deambulantes pasos y te tambaleas con los ojos vendados.
Un futuro en el que para ser un esclavo necesitas cumplir requisitos sociales y vitales, donde una flagrante violación de tu humanidad es considerado una oportunidad de trato preferente.
Donde la suerte no es considerada por buena, si no por una malvada tentación destructiva que consume a los poderosos.
¿Dónde puedes marcar la diferencia?
¿Hasta donde puede considerarse un sueño una habilidad innata en el ser humano que es ser mezquino y destructivo con su prójimo, donde un escalón social superior lo significa todo? Donde el poder lo ostentan personas que necesitarían ver la cara del horror de las calles pútridas y en descomposición de la sociedad que han y hemos creado juntos para bucear por ellas.
Hemos creado un monstruo hambriento que cada vez nos pide un puesto peor en una manada desnutrida donde un sueño no existe más allá de las fronteras del subconsciente.
Donde un sueño no puede escapar de las horas sin vida de la medianoche, donde los miedos y los terrores inundan las rendijas del presente y se escapan hacia las del futuro, tiñéndolo de negro. Las horas propicias para tomar malas decisiones, para hundirse en la miseria de tu ignominia humana. De tu destructiva autocompasión didáctica.
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