miércoles, 12 de septiembre de 2012

Dreaming #1 / City of Evil




Camino por una ciudad, parece grande, una urbe llena de calles delineadas por la altitud y tamaño de los edificios de alrededor. Carreteras grises, asfalto ralo, pobre. No hay coches aparcados en sus extremos. Camino rodeado de gente que no conozco, todos en la misma dirección, pero aislado en una burbuja de indiferente ignorancia.

A pocos pasos delante distingo a D, con su pelo rizado en llamas, con paso seguro, hacia el ignoto punto final de la peregrinación. Sus caderas moviéndose lentamente y levemente su aroma llegaba a mi... Pocas cosas me han llegado a enamorar tanto como esa presencia, su sola presencia. 





De pronto, el aislado ambiente de aire viciado que me envuelve se expande, como si hubiera vuelto a respirar tras largo tiempo. El sonido se vuelve opaco, como si la gente y el ronco silencio que rodea la cabalgata se esfumara, mientras desaparecen de mi mente lentamente. Sólo estamos ella y yo.

Adelantarla no es una opción, y suavemente me coloco a su vera.
Antes de mirarla nuevamente, recuerdo los rasgos de su cara, delicada, suave y blanca... semi oculta por su rizada y despeinada melena, larga...
Tras sobresaltarse por mi repentina presencia, comienzo una absurda y sobresaltada conversación. La historia de mi vida.

Me hace feliz recordar el pasado junto a ella, y poco a poco me voy dando cuenta de que la interminable caminata prosigue sin pausa, cada vez con más gente, pasando calles, carreteras, puentes...
Construcciones grandes, grises y sobrias, desprovistas de detalles... al menos para mi. Sus ojos verde azulados han robado todos los colores como ya me maldijeron antaño y no tengo más que contemplarlos furtivamente, rendiendo una temerosa pleitesía a su mirada inquisitiva si me descubre...
Tras un tiempo tanteando nuestras manos, de rozar nuestros dedos de forma indulgentemente fortuita, y de, finalmente, agarrarlas mientras caminamos. Suavemente. Levemente.
De manera breve y tímida. Absurdamente breve, cuando en mi cabeza sólo bombea una obsesiva fuerza que golpea mis sienes y me intenta obligar a besarla y no soltarla jamás.




Antes de que esa estúpida y loca idea aparece un vehículo, lentamente. Una luz policial. Dentro viaja un hombre, vestido de uniforme claro, anódino.
La única idea que traspasa mi mente como un cuchillo es una urgencia temerosa de victimismo bien fundado.
La primera sensación que recorre mi espina dorsal es evadirlo, escondernos. 
La otra alternativa, si se baja de ese vehiculo, es matarlo.

Parece que nos ha visto y que por un puente cercano aparece otro vehículo blanco, carente de prisa. Se bajan ambos conductores y sin mediar palabra, comienzan a disparan. La violenta respuesta hace que se activen los músculos de las piernas y trato de ponernos a cubierto en la esquina de un callejón.
Automáticamente cesan los tiros por la parte que ya no nos tiene a la vista, y seguimos trotando por el callejón. Ninguno sabemos cual es el motivo de la respuesta armada, pero ambos sabemos que no es algo inusual allí, quien sabe por qué.


La sensación de que no deberíamos meternos por esa zona es cada vez más apremiante, suciedad y basura acumulada en las esquinas, como si la inmundicia de la ciudad impolutamente apática que habíamos visto durante el resto del día la escondiera celosamente de los ojos generales.
D insiste con que es mejor seguir, y la sucedo en el oscuro pasaje. Cuanto más nos internamos entre los edificios, la luz va exhalando sus últimos rayos, y el aliento comienza a convertirse en un frío vaho en nuestras bocas. Abruptamente llegamos a una extraña comuna, cuyo núcleo estaba en un bidón negro como el carbón con una hoguera dentro, y alrededor, dos personas guareciéndose de un frío que no conocía. Hasta ese momento.
Quizá la adrenalina había ralentizado que sintiera el invierno que estaba asolando aquella zona de la ciudad...

Acurrucada cerca del bidón, una joven con la mirada vacía observaba el baile de las llamas, tapándose los pechos que la camisa rasgada y rota dejaban no alcanzaban a ocultar. Su mirada perdida, sollozante, suplicaba algo que no comprendí.
La muchacha tenía el pelo liso, largo y lacio. Negro. Muy negro. Tenía una cara fina, delgada y redondeada, que le confería menos edad de la que seguramente tendría. Casi podría haber pasado por una niña, excepto por un cuerpo.
Un hombre anciano se erguía cerca de ella, al cobijo del mismo bidón ardiente, y consideré necesario no acercarme a ella por ningún pretexto de lástima y quizá una promesa de que todo iba a ir bien.
Una mentira piadosa. O quizá... sólo una mentira.


D, en cambio, se quitó el corsé que llevaba ella misma, quedándose desnuda de cintura para arriba sin ningún pudor ni conocimiento sobre el frío, y se lo dio a la joven.
Mi naturaleza inquisitiva, que es una buena manera de llamar a mi excesiva curiosidad morbosa de reafirmar lo ya conocido me llevó a observar el proceso, por supuesto.
Pero, ¿dónde iba a mirar? ¿qué clase de excusa iba a proponerme a mí mismo para mi comportamiento?
La joven la mira con sus ojos vacíos. Vacíos de preguntas. De piedad. De sorpresa. De agradecimiento. Mientras ella regresa a mi lado, me quito la chaqueta y se la pongo por encima. Pese a todo no podrán decir que nunca fuí un caballero. No obstante, ella rebusca y se tapa con una camiseta raída también.
Nos dormimos sentados contra una pared, acurrucado uno en el otro, abrazados. Perdidos en ningún lugar.





Cuando despertamos, sigue oscuro, todo sigue gris, y mustio. D me comunica que no ha visto luz solar real ni claridad alguna desde el inicio del viaje. Lo cual es cierto.
La claridad brumosa que había acompañado toda la comitiva era una mentira ficticia, igual de plomiza que la ciudad. Carente de vida.

En el fondo del bidón las brasas aún calientes proporcionaron el único cuerpo con cierto nivel de vida que quedaba en el callejón. Las dos personas se habían esfumado, como si de polvo se tratase.
Sin más preocupación por la joven y el anciano anódino continuamos andando por calles grises... En la absoluta monotonía del paisaje su pelo desgarra destellos rojizos, como una antorcha, iluminando el camino, guiandome... Estaba sumido en la absoluta nube de pensamientos que me alejaba poco a poco de mí mismo y la cordura que me mantenía vivo. Valorando su presencia contra su ausencia, compariendo un camino que lo hacía nuestro.


En estas estaba que llegamos a una calle algo más grande, en la que oímos ruidos lejanos, gente, cristales rotos... Un garaje en un lateral de la calle frontal con puerta levadiza nos serviría para... cobijarnos y llegado el caso, ocultarnos de lo que fuera necesario.
Primero paso yo y tras un sobrio vistazo al interior, le indico que pase.

En el interior del local hay una máquina expendedora sin ningún logotipo, gris, tirada en una esquina, abollada y abandonada, con una capa de polvo que le daba color... algunos maderos sueltos por el suelo, escombros, todo polvo y suciedad...
En una habitación contigua y pequeña, apenas un cuarto de escobas venido a más, encuentro una trampilla enrejada de metro y poco, negra entera... Insisto conmigo mismo en que debe haber algo debajo y la abro despacio. Para mi incertidumbre, tengo que apartar unas incomprensibles alas de plumas de oca o faisán o algo por el estilo que taponan la entrada y abro, o más bien casi arranco un par de portezuelas carcomidas de madera vieja, húmeda, hinchada y oscura.

Antes de mirar dentro del agujero oscuro que habíamos formado en mi curiosidad, oímos un ruido en la reja del garaje. Sobresaltado, entramos en la sala escombrosa lo más rápido posible, temerosos. Ella iba primero, desarmada, inocente.
El primer disparo fue silencioso, resonó por todas las esquinas de mi cabeza...
Vi la cabeza de D, que se giraba para cubrirse, mientras corría hacia mi.
Vi su cara, y miré sus ojos verdes y azules... Una última vez.
Llenos de aceptación, miedo y auxilio. Y de repente el color rojo inundó su cara, inundándola desde dentro. Salpicándome.
Un tiro certero. Entrada y salida.


El segundo tiro resonó mientras aún estaba cayéndo su cuerpo sin vida, mientras mis rodillas temblaban mirando su cuerpo.

La cámara lenta a la que fuí condenado se fué acelerando poco a poco mientras gritaba involuntariamente. Un grito lastimero, bajo y sordo, ronco. Mis ojos coléricos pasaron del cadaver aún rodante de D, al impune agresor, un hombre vestido con ropas oscuras y azuladas, de mediana edad, con cara inexpresiva. Mientras que él empuñaba un aún humeante revólver, lo único que se me ocurrió fué salir corriendo hacia el, cogiendo una piedra, un trozo de madera, algo, lo que fuera. Lleno de rabia.

Le alcancé antes de que lograra apuntarme y me dio en una pierna, pero ya estaba en medio del aire hacia el y agarrándole el hombro del arma, le estrellé la piedra en la sien.
Ambos caimos en un amasijo de brazos y piernas, sangre y jadeos, mientras le golpeaba, donde fuera, con lo que fuera. Cuando conseguí, de alguna manera, colocarme encima de el, le golpeé una y otra vez la piedra en la cabeza.
Mucho rato despues de que dejara de moverse, o gemir, seguía golpeándole, con lágrimas en los ojos, mientras gemía, y me salpicaba cada vez más. Intentaba destruirle de la misma manera que el había destruido todo lo que existía hace tan poco... para mi.


Salgo cojeante por la puerta levadiza, con la piedra goteante aún en la mano. Con la mriada vacía de quien no tiene identidad. Vacía de preguntas. Vacía de piedad. Vacía de sorpresa.
Y la calle gris me devuelve la mirada.
Alzo la vista hacia el cielo...

Aquel que nunca clareaba, mientras más me fijo, la claridad me va haciendo más daño a los ojos, hasta tener que entrecerrarlos... Todo se vuelve cada vez más blanco, más blanco, más claro...
Esto es lo que hace esta ciudad. Te despoja de todo, te mastica y te escupe a las esquinas. Junto a la basura, junto a los despojos del resto del mundo, para consumirte poco a poco. para robarte todo. Se alimenta de esperanzas, de sentimientos y de sueños. Se alimenta de todo lo que te hace fuerte.














N.del E.: No voy a colocar nombres de nadie, sólo pondré una letra, simbólica. Como comprenderéis, no quiero poner en compromiso a nadie. SI esa persona de la que haya leído el texto lo lee y se encuentra, que se de por aludida solo esa persona. Cada uno que le otorgue el nombre que más rabia le de. A gusto del consumidor.

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