Abogo por la parte galante, caballera y honesta que vive en el fondo de cada hombre del mundo, para formarlo en un perfecto ser humano.
Para no perderlo entre los estribos del tiempo, para que no se esfume entre el humo de la degeneración. Para no ser volatilizado entre un muro de lamentaciones que forma el día a día de la destrucción que mora en el corazón de los hombres.
Mientras cada parte del miedo trepa por el alma como una enredadera de dulce mentira, un engaño vil y avieso... cuando cada porción de su alma sea corrompida por el mal que envenena su espíritu, renacerán, sollozando en una epifanía de verdad y dolor.
Y rogarán perdón.
Por sus actos, por sus crueldades y por su incipiente e innecesario deseo de excusarse.
Pero será demasiado tarde... Y ni el dios al que recen, ni la religión que abracen, ni nada en lo que crean, les salvará de su destino.
Y su destino se alzará ante ellos y les consumirá, les devorará y conoceremos el final de la humanidad , empezando por los más débiles.
Y nadie, ni siquiera los más puros, sinceros y leales servidores de la palabra, serán compensados, pues todos serán devorados en el amargo,
incesante
y destructivo vórtice de perdición en el que se sumirá el mundo, sin excepción.
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