La necesidad imperiosa de escribir capítulo tras capítulo de su existencia era absoluta.
Aquel cuaderno desgastado, relleno de hojas y folios dispares que revoloteaban y crujían a cada movimiento contenía todos sus miedos, sus experiencias, sus éxitos y, por qué no, alguna mentira.
Jamás entendería el motivo, a toro pasado, de escribir falsas impresiones para sí mismo. Leerlas y releerlas, sabiendo su grado de veracidad le hacía respirar tranquilo.
Más allá de todo eso, X era un hombre joven, aquejado de inseguridad y rabia fruto de la impotencia, alimentada por el fracaso y el miedo al rechazo personal.
Se temía y respetaba tanto a partes iguales a sí mismo que se sentía decepcionado consigo mismo.
Temía, más que nada, su propia ira, su propio destino, su fragilidad momentánea.
De cansado aspecto, ojos marrones y barba descuidada, adornado por unas gafas sucias de pasta y una incipiente calvicie, esta era su carta de presentación. Su documento de identidad.
Sin una complexión definida, era un hombre anodino, discreto.
Odiaba y temía aquella sociedad entre la que se movía, condenado a entenderse con ella, sintiendo a partes iguales vergüenza y miedo.
Varias noches a la semana era incapaz de dormir, asediado por sus propios fantasmas, su fracaso personal, su incapacidad de superar barreras ridículamente bajas que encontraba en su camino.
En cambio, era consciente de que muchas otras barreras y muros mucho más altos y escarpados había sido fácilmente capaz de conquistarlos y mirar al horizonte buscando otro con ávida introspección erudita. No buscaba aprobación, no buscaba éxito, aunque lo anhelaba, no quería presumir, tampoco sabía cómo hacerlo.
El aprendía y estudiaba para sí mismo, criado entre cultura pop, una apertura cultural total, era capaz de priorizar sus metas y conquistas, por desgracia, o por suerte, en pro de sí mismo.
Era lo que llamaban un hombre hecho a sí mismo.
Nadie explica lo peligroso que es ser una persona de este calibre. No hay reconocimiento público, no existe recompensa más allá de la propia.
De puertas afuera, es una meta de cualquiera que desea lo que no tiene o comprende.
Pero desde su ángulo, aquello le había convertido en un futuro paria de la sociedad, alguien sin meta, ni objetivo, aficionado a todo y maestro de nada.
Atragantado por métodos inútiles y trámites y sistemas que no funcionan, el era su único maestro, orientado de cuando en cuando por algún individuo oportuno o un evento personal.
Justificará su derecho a desencadenar una tormenta... Pero no sabía ser concreto, su ambigüedad lo hacía prescindible y despreciable por quienes, con una visión más reducida y cuadrada, perdían la presión de su propia mente y reunían su ego para sentirse superiores a todo aquel a quien consideraban peor.
El era exactamente igual a ellos, desde otro prisma. Consideraba que la mayor parte de la sociedad estaba abocada al desastre que el mismo era incapaz de comprender u ordenar.
Pero en su fracaso, esto era el éxito social al que no era capaz de llegar.
Y su éxito, el fracaso relativo que le encasillaban sólo por ser un alma libre.
Era el prototipo de una doctrina hippie moderna sumergida entre la mentira y el barro, sin interés por mirar atrás. Donde el loco era quien pensaba con normalidad.
No creía que fuera un hombre adelantado o atrasado para su época. Creía fervientemente en quien comulgaba con parte de su visión de vida, sus principios y laxa actitud para consigo mismo.
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