Y entre aquella cálida oscuridad. Arropado entre las mantas y el olvido.
Suplicando entre sollozos que todo pare, que se detenga.
Que no aguantaba más, que sus lágrimas son suficiente para empeñar todo aquello por lo que tanto luchó.
Mientras el mundo se desmoronaba entre lentos vendavales que bamboleaban la vida y la muerte, como un huracán, lentamente, apartaba aquellos entre los válidos que le hacían intentar parar la tormenta.
Y mientras rodaba y giraba, lentamente, sus recuerdos olvidaban la tierna infancia, sus añorados amores, sus amistades. Mientras giraba perdía aquello por lo que tanto había luchado.
Vivo o muerto, ya todo daba igual. Giraba dejando un surco de pérdidas.
Y podía sentirlo. Podía sentir cómo su ira y su incompetencia lo alejaba y tarde, se daba cuenta de quien era el culpable.
Su propia espiral se había convertido en el huracán que estaba desmontando toda su vida pedazo a pedazo.
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