miércoles, 16 de abril de 2014

La colmena

Como cada mañana, Bob se levantaba a hacer sus quehaceres diarios.
Su trabajo le ocupaba gran parte del día pero su dicha no era menor que la de dar a su familia un digno plato de comida cada día como fruto de sus esfuerzos.
¡Su país, y su amante esposa y sus adorables hijos le agradecían su esfuerzo!
El engranaje de la Gran Máquina no podía funcionar sin su colaboración y esfuerzo. La Industria le necesitaba.

Tras carteles publicistas en los que el Hombre dejaba su hegemonía tras el gobierno que había hecho posible aquello, la megafonía que publicaba las virtudes del trabajador y su importancia en la cadena, tras todo aquel maremágnum de voces y ruidos, los trabajadores contentos trabajaban tras la fina capa de humo por un sueldo digno. ¡El sueldo de un gran hombre blanco!

Bob se dirigió a su puesto mecánicamente tras fichar y observar unos minutos libres la puja de trabajos en la ciudad. Bob no añoraba trabajar en la ciudad, su lugar como abeja trabajadora estaba en la Industria. Sin él, y sin los demás trabajadores que con el hacían su jornal, la Industria no se sostendría, tal y como la megafonía recordaba cada cierto tiempo entre mensajes de ánimo del mismo director de la Industria.

Bob recordaba aquella voz como la radio mientras sus horas pasaban y su trabaja también, ante sus ojos. Cada día era el mismo. ¿Pero no residía acaso la sencillez en su belleza? Un jornal justo y una vida simple, tras el trabajo sentarse en su sofá y disfrutar de una cena familiar, dormir junto a su amante esposa e ir a trabajar de nuevo.
Simple. Hermoso.


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