martes, 12 de marzo de 2013

Agua y polvo

"Hoy nuestros ojos se encontrarían y decidirían cual es nuestro camino, sin importar que mañana se convirtieran en agua y polvo."


Nunca valoró realmente cuanto tiempo tenía para sumergirse dentro de ese estanque y recoger aquellos relámpagos plateados que se entreveían por la superficie. Nunca importó. Pensó que siempre estarían ahí, y que, cuando decidiera necesitarlos, podría sumergirse y recogerlos.
Así que se preguntó: «¿Porque no cogerlos hoy? Todos pueden verlo y quizá una mente menos honrada se jactara de su posesión y los reclamara sin pensar en más.»

Sin más preocupación que la seguridad de sus futuras joyas, se sumergió hasta la cintura en el lodo de la orilla para buscarlos, sin cuerda que usar de guía, sin maderos para flotar. Sería una travesía corta.
Mientras buceaba, y con un palo de una rama de roble removía las algas del fondo, se preguntaba dónde se habrían escondido, pues se veían brillar claramente a través de la superficie, pero bajo ella, la oscuridad bañaba todo el fondo. Tras fútiles intentos zarandeando algas, arena y barro, mientras la presión del pecho aumentaba, pugnando por oxígeno, pensó que quizá buscaba en el lugar equivocado, que quizás estuvieran en una zona más profunda en el centro del estanque.

Se encaminó buceando hacia allí, golpeando indiscriminadamente rocas, barro, algas y peces, con tan mala suerte que su tobillo quedó atrapado en un matojo profundo de algas espesas, oscuras y enredadas. Pateo inútilmente para desasirse del abrazo claustrofóbico. Desesperado, las golpeo con su rama, pero aquellas enredaderas oscuras se arremolinaron alrededor y se lo quitaron de las manos, en un violento envite, cayendo inofensivamente al fondo arenoso y dejando desarmado. 

Con cada espasmo, perdía fuerzas, y sentía cada vez más dolorosamente en el pecho la necesidad, la llamada punzante de sus pulmones, que se encogían rápidamente sin aire. Mientras abría la boca en un silencioso grito de socorro, sus pulmones se ensancharon y se llenaron de la turbia y oscura agua del estanque. La vista se encogía y se oscurecía, y mientras miraba hacia la superficie, tan engañosamente cercana, pensó en los reflejos del sol, que reflejados a través de la superficie, parecían un millar de cuentas, un desfile de perlas y escamas plateadas de la más exquisita talla. 
Sonrió, comprendiendo, mientras por avaricia se hundía en el fangoso fondo con la cabeza dándole vueltas, para siempre...


¿Moraleja?

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