Hacía más de diez días que encontré la foto, normalmente no era muy nostálgico, ya que cada momento tiene su lugar y viceversa, y su recuerdo no era si no un espejismo, una mentira desdichada que pretendía perfeccionar el subconsciente para convencerse de algo mejor. No era muy dado a espiar recuerdos mientras las fotografías me refrescaban la memoria.
Recuerdo que en aquella accidental mirada, descubrí a dos muchachas, ambas de las cuales aparecían en la fotografía en primer plano, sentadas en los asientos de un tren, vestidas con bonitos y llamativos vestidos con amplios escotes. Una más que la otra, he de señalar, puesto que Dios no nos dota de las mismas medidas a todos por igual. La joven alta, con el pelo oscuro, hacía los hombros, pegado a la cabeza, liso y cuidado me dirigía una mirada de profunda indiferencia, mirando hacia la cámara.
No todas las mujeres miraban así hacía mi, quizá hubo un día en el que no era así, pero fue hace tanto tiempo que ya no lo recuerdo. De todas formas, mi persona no recordaba haber hecho esa foto. Me intenté sumergir en aquel difuminado recuerdo, en aras de encontrar la satisfacción a mi curiosidad.
Me vi envuelto en un torbellino gris y blanco de sonidos apagados y pronto, las figuras tomaron color. Un color tenue, liviano y tristón, pero suficiente para distinguir el escenario.
Sentado estaba yo en los asientos delanteros de las dos jóvenes y atractivas muchachas, que con mucho gusto un mozo con una boina y una bufanda les hacía una fotografía justo casi delante mía, agradeciéndoles la atención.
Sin otro objeto sino el de disipar mi incomodidad, el exterior de la ventanilla se antojaba mucho más interesante. Campos, árboles... El verde era su único matiz, junto al plomizo cielo plateado que lo coronaba. Tren de largo recorrido, supuse, estaría en un trayecto largo entre mi ciudad natal y alguna otra a la que pretendía visitar, ya que, por mi ocupación, necesitaba de ciertos viajes frecuentemente.
Sin otro objeto sino el de disipar mi incomodidad, el exterior de la ventanilla se antojaba mucho más interesante. Campos, árboles... El verde era su único matiz, junto al plomizo cielo plateado que lo coronaba. Tren de largo recorrido, supuse, estaría en un trayecto largo entre mi ciudad natal y alguna otra a la que pretendía visitar, ya que, por mi ocupación, necesitaba de ciertos viajes frecuentemente.
Al despejar la vista y marcharse el joven fotógrafo, desvié la mirada hacia el pasillo, pasando por la mirada de ambas jóvenes que se abanicaban despacio y cuchicheaban entre sí, donde se escuchaban risas, voces, y en definitiva, algo poco frecuente e irritante en mi propia consciencia. Entablé contacto visual con una chica que me parecía a todas luces mi pareja o prometida, y la sensación del momento me decía que así debía ser. Estaba rodeada de otras mujeres y algunos hombres, hablando, charlando y riendo. Todos los trajes eran de colores grises, negros agrietados y blancos sucios, en mi cabeza, ella resplandecía con un vestido verde profundo, contrastando con su pelo rojo. Parecía un espíritu de un bosque, una guardiana de las espesas selvas del amazonas.
No obstante, sentía algo raro para con ella, recordaba quien era, pero en otro punto de mi cabeza, ya no recordaba o no quería recordar nada de ella.
Se giró y me miro de forma inocente, con los ojos llenos de alegría y el pelo encendido revoloteando alrededor de su cuello y su cara. Intuí que era lo que pretendía hacer, y giré la vista hacia la ventana, azorado.
He de explicar que intuí que haría algo, pero no sabía que era, en mi recuerdo, no podía hacer otra cosa que observar la ventana con el cuello rígido como una piedra. Miré de reojo a la joven, cuya alegría se apagaba lentamente y con un gesto mohíno de disgusto y fastidio bajaba la mirada y volvía a su entretenimiento anterior.
He de explicar que intuí que haría algo, pero no sabía que era, en mi recuerdo, no podía hacer otra cosa que observar la ventana con el cuello rígido como una piedra. Miré de reojo a la joven, cuya alegría se apagaba lentamente y con un gesto mohíno de disgusto y fastidio bajaba la mirada y volvía a su entretenimiento anterior.
Me sentí mal por aquella bella e indómita joven, pero mi receptáculo de recuerdos permanecía impasible, observando nada a través del cristal. En el fondo de su ser sentía que había ganado algo, que se sentía victorioso, de alguna manera. Un sentimiento de superioridad simple y oscuro.
Mientras tanto fuera, el cielo plomizo amenazaba lluvia y niebla, y el recorrido del tren asomaba por un embarcadero pequeño y una estación austera y sencilla. Entre los jirones de la niebla que se esforzaba en espesar sobre el suelo alcancé a observar algunas sombras de edificios bajos. Quizás el embarcadero era de un pueblo cerca de un lago interior. Seguía sin recordar hacia dónde se dirigía el viaje en tren.
Sea como fuere, un hombre comenzó a cantar en el pasillo mientras se apeaba, o pretendía hacerlo. El pelo castaño claro repeinado hacia atrás, una sombra de bigote y un poco de perilla, era un hombre a todas luces atractivo, elegante, con cara de somnolencia propia del consumidor de alcohol frecuente, alto y con buena planta. Buscaba su sombrero entre ataques de hipo y menudencias susurradas sin ningún sentido, cuando finalmente lo encontró y bajó del tren.
No se si el recuerdo de aquel hombre es importante o no, pero sé que su recuerdo está vívidamente grabado en esta memoria.
Después de semejante aluvión de imágenes, decidí abstraerme mirando el fuego de la chimenea, con la fotografía en mis manos. Pensaba en aquella hermosa joven y dónde estaría ahora. Seguro que casada con un fornido y apuesto hombre de negocios, o quizá un médico reputado. Ese tipo de mujeres no tienen elección de vida, están condenadas a ser queridas por todos y obtenida por ninguno.
Supongo que pasaron tiempos mejores en mi vida, pero su recuerdo no se evaporaba, deseaba que fuera un madero y ardiera en su complejidad y su recuerdo, y desapareciera ahogado por el humo y las chispas.
Por otra parte, aquella evocación, aquel recuerdo, me había dejado extrañamente débil y cansado, mareado, sintiendo el peso de mis años en mis hombros, sosteniendo aquella fotografía en mi mano. Pero, más importante aún ¿si el joven hizo la fotografía, porque la tenía yo guardad en mi maletín? ¿Cuándo se la compré? ¿Quién era el hombre ebrio del tren?
Arrojé la maltratada fotografía al fuego, mientras observaba como se retorcía y se doblaba sobre sí misma, de forma dolorosa, desfigurando a aquellas muchachas que nada tenían que ver con lo demás. ¿O si?
Detesto mirar fotografías.
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