martes, 25 de septiembre de 2012

Careless

Si, soy un mito. Un mito muy especial que se crea a sí mismo. Las mejores mentiras sobre mí, son las que yo mismo he contado.

No me importa que me llamen mentiroso. Lo soy. Soy un mentiroso extraordinario. Pero no soporto que me llamen mentiroso cuando estoy diciendo la verdad.

Los ojos emocionados de una joven tienen algo poderosamente cautivador. Pueden arrancarle todo tipo de tonterías a un joven estúpido, y yo no he sido la excepción de esta regla.
Es lo que tiene el amor, hace listos a los tontos, y tontos a los listos.
Amamos lo que amamos. La razón no entra en juego. En muchos aspectos, el amor más insensato es el más verdadero. Cualquiera puede amar algo por algún motivo. Eso es tan fácil como meterse un penique en el bolsillo. Pero amar algo a pesar de algo es otra cosa. Conocer los defectos y amarlos también. Eso es inusual, puro y perfecto.

No me arrastro ante nadie como un perro por el mero hecho de que tenga un título, un nombre, una fama. Eso lo interpretan como orgullo quienes se han pasado la vida lamiéndole el culo a los demás.
La experiencia me ha enseñado que la mejor forma de protegerte es hacer creer a tus enemigos que no pueden dañarte.

Fuente: [ETDUHS & ENDV]


lunes, 24 de septiembre de 2012

Creo que de bueno soy tonto...

¿Sabes lo que es... despertarse cada mañana desesperado? ¿Sabiendo que tu gran amor se despierta junto al hombre inadecuado?... 
¿Aunque al mismo tiempo esperas que encuentre la felicidad aunque no pueda ser contigo?


jueves, 20 de septiembre de 2012

Reglas

Tiempo... Que es el tiempo? Dicen que el tiempo todo lo cura, y eso es mentira.
El tiempo lo único que hace es intentar sustituirlo por recuerdos diferentes. Pero... qué pasa cuando tu cerebro o tu corazón no quieren sustituir esos recuerdos, olvidar que ocurrieron y quizás la vana idea de encontrar una manera de subsanarlos?

Evidentemente, nada.

Creo firmemente que el sufrimiento es lo que nos hace ser quien somos, por unas razones u otras, en el camino que vamos escogiendo en nuestra vida... Algunos deciden echarlo a perder y no aprender nada, mientras que otros quizás aprendemos demasiado para lo poco que deberíamos saber.

No me considero una persona experimentada, ni un erudito, ni nada que fuerce mi papel en mi entorno para convertirlo en pupilo de mis enseñanzas. Ni lo considero, ni lo quiero. Lo único que quiero es dejar de temblar de impotencia. Lo único que quiero del camino que decido recorrer es que no me asalte la incertidumbre y la cruda verdad, cada vez más gruesa, a la cara.
Quiero existir, simplemente, no quiero estar sufriendo por cada paso que doy, por cada elección que hago, por cada elección que no hago... 

Porque decidí que quería ser algo que quizás no estaba hecho para mi. Porque elegí ser feliz. Y porque, esquivo cada atisbo de ella como si una fuerza mayor me borrara el camino. Como si cada palmo que recorro fuera incendiado, obligándome a adelantarme sin un rumbo específico.

Porque me afecta, porque me gusta tener algo a lo que agarrarme cuando todo va mal. Porque a lo que me agarro siempre es a mi mismo. 
Porque soy capaz de confiar ciegamente sin saber si es buena idea... 
Porque no creo en las casualidades...
Porque creo que no necesito tener a alguien que me diga por donde pasar... Aún si eso me lleva por un camino mejor.
Porque no sé encender una vela sin apagar otra. Porque necesito cambiarme a mí mismo para poder entender realmente el porqué de todo lo que hago.

Porque hoy por hoy, lo único que deseo es dejar de temblar, que mi pulso se estabilice y pueda tomar o intuir que tomo, de nuevo, las riendas de mi vida.
Porque mis muñecas parece que se han decidido a expresar lo que no soy capaz de exteriorizar.

lunes, 17 de septiembre de 2012

A reason to star over new...






La razón es por que soy un fracaso... Es así.
La razón por la que no te he hablado de salir juntos es porque no soportaba verte atada a mi, y a mis posibilidades tan limitadas...
Entiendo tu preocupación.
Se que hay gente que piensa que ese rasgo tuyo es algo malo, pero yo se que es porque tienes un gran corazón, te da miedo que lo dañen... y por eso te quiero.
Y entonces yo también me he empezado a preocupar, por lo que te ocurriría a ti... si acabaras con alguien a quien le pareciera que tu preocupación... es algo neurótico. Alguien que no te comprendiera, que quisiera que te sintieras mal, que quisiera convertirte en una persona más normal, que quisiera cambiarte o hacer que te gustaras más a ti misma. Que no te quisiera tal como eres...
Que no supiera que lo fantástico no se debe tocar.
Y he pensado que yo podría hacer eso por ti.
Podría ser un papel... legítimo para mi... en tu vida.
Te propongo que salgamos... Quiero salir contigo.



sábado, 15 de septiembre de 2012

Dreaming #2 / Blood Curse...


...Todo comienza con un recuerdo...
     Me encuentro junto a D., J., una chica que no conozco y un par de personas que no alcanzo a identificar. Sus rostros están emborronados, grisáceos. D. ha sido grosero con la chica y finalmente se decide a decirle que es un desagradable. Dice de repente que conmigo no ha hablado y que con J. tampoco.
     El recuerdo desaparece y se turbia, transformándose en un bloque de pisos... muy familiares. Estoy parado en medio de una sala de estar revuelta, destrozada, llena de escombros, polvo y recuerdos. Armarios empotrados a los que le faltan la mitad, un hueco de una televisión que antaño robarían, no quedan mesas, un sofá rajado y descuartizado, prácticamente. Quedan los reductos de una silla, de las cuales quedan  un par de trozos de madera y media pata, como si alguien se la hubiera comido y hubiera dejado las astillas, como constancia de su merienda.
     Parecía que hubiera pasado un huracán, ni adornos en las paredes, ni muebles pequeños...
     Sólo una sensación de vacío...
     Se va difuminando el recuerdo conforme me adelanto hacia la terraza, con manchas de sangre otrora seca, ahora sólo una sombra en el suelo...

     Me despejo, sudando. Estoy en una construcción de hierro, tumbado en un suelo duro, metálico y sucio. Me incorporo, con un dolor en el hombro derecho, puesto que es el que tenía apoyado en el suelo, y veo una luz de emergencia blanca, justo encima de una puerta de hierro, sólida. Y cerrada.
     Giro la cabeza para visualizar mi alrededor y veo cerca mía, a un joven, delgado, con el uniforme militar aún puesto, con el pelo liso cardado. Me costó unos segundos identificarle, puesto que lo conocía. Era mi compañero. 
     Tras caer en la cuenta, me tantée el cuerpo, y aliviado encontré mi uniforme bajo los dedos, pero evidentemente, sin ninguna arma, sin ninguna munición y sin nada. Mientras miraba, vi a un chavalito de no más de 13 años vestido de gris, que parecía sacado de un campo de concentración, con la cara mustia, delgada y flaca, al lado de mi compañero. Y un hombre grande, sentado en el borde de una cama. Lo miro con suspicacia, mientras el me dirige una mirada triste, lastimera y agotada.Tenía ojeras de varios días, tenía la piel bronceada, los brazos anchos y la cara redonda cubierta de barba de algunos días.

     Después de despertar a los demás, y de calmar al chaval, que no parecía esta r muy cuerdo, decidimos aventurarnos a explorar el lugar en el que, misteriosamente, habíamos aparecido. Ninguno recordaba haber llegado ahí. Ninguno sabía donde estábamos. Ninguno sabía que era esa construcción oscura.

     Decidimos introducirnos por la puerta de hierro, la única salida de aquella habitación. Abrimos la puerta con cuidado, tras un ligero sonido de goznes mal engrasados, sin hacer demasiado ruido. Al menos esa puerta no estaba muy oxidada... La puerta daba a un pasillo que se extendía a ambos lados... infinitos... y oscuros como la noche. Lo único que alcanzaba a iluminar era lo que la luz de emergencia iluminaba fuera de la habitación, unos metros, pero nada que nos sirviera. 
     Puse un pié en el pasillo, mientras oteaba, con los ojos entrecerrados uno de los extremos y de repente escuché un ruidito de patitas que corrían debajo mía. Unas cuantas cucarachas pasaron alrededor de mi pié, y sobre el, corriendo hacia la izquierda, el pasillo que no estaba observando. Levanté la vista y me dirigí poco a poco hacia allí, con el resto de la gente detrás mío, intercambiando susurros de desaprobación, de miedo y de consternación.
     Sigo de frente hasta que me topo con una pared, pegajosa y llena de algo viscoso, que prefiero no saber que está compuesto, y un pasillo que vira hacia la derecha de nuevo. Al final del todo vemos una puerta semicerrada, con una luz blanquecina que se cuela entre las rendijas.

     El joven y el hombre están ansiosos por salir, pero les conmino a ser cautelosos e ir despacio. Nos dirigimos hacia la puerta, pegados a la pared, para mirar en cuanto pudiéramos por la rendija, blanquecina, por la cual, cuanto más nos acercamos no vemos en la lejanía más que blanco opaco. Cuando ya estamos al lado de la puerta, miro hacia el suelo y por la escasa claridad veo una puerta abierta, con un par de televisores distinguibles, todos averiados, por lo visto. 
     Les ordeno que paren y entro a ver que hay, mientras detecto un olor fuerte, y encuentro algo de sangre coagulada, roja y marrón en el suelo. Sigo mirando y tanteando, en busca de cajones, papeleras, armarios... cualquier cosa. Encuentro un revólver vacío y un hacha algo vieja. Me guardo el revolver y se lo paso a mi compañero, saco el hacha en ambas manos y me dirijo hacia la puerta, la que abrimos, no sin esfuerzo, hacia fuera, oxidada y llena de espeso y goteante líquido rojizo.

     Al salir afuera, vemos una barandilla de metal, un suelo metálico también, y una infinidad blanca y opaca que invade hacia el horizonte. Una niebla totalmente blanca, espesa, que no deja ver que hay a 5 pasos  por delante...
A los lados sólo vemos pared de la especie de búnker de metal oxidado que nos guarda y la baranda, y... niebla....

     Se suceden las horas y la shoras caminando por el borde de la extraña construcción, indagando dentro de cada puerta abierta o rota, que si bien pocas, prodigas de objetos útiles podrían estar, asomándose a la barandilla sólo podemos otear más y más niebla. El desolador ambiente hace mella en nuestros nervios, agudizando nuestros sentidos cada vez más allá de escuchar nuestros propios pasos, hasta el punto de escuchar sonidos irreales... Pasos, susurros, goteantes fricciones y viscosos golpes, que, tan alejados parecen ser una ilusión...

     Encontramos munición a no mucho tardar, cerca de una puerta entornada, con las bisagras rotas.
     Las introduzco en el revólver que encontré, y se lo doy a mi compañero, que amartilela el arma y lo coge con ambas manos...
Abro la puerta, que de puro vieja se desploma sobre el suelo, porduciendo un ruido sordo que retumba en todo el pasillo que tenemos delante. Pese a no habernos encontrado a nadie, todos tenemos la sensación de que hay "alguien" o "algo" más, con nosotros ahí. Supongo que adentrarse en la madriguera armados no parece mala idea.

     Entramos en el laberinto de pasillos metaizados, como túneles de una bestia desconocida... Al menos aquí si hay luz, de cuando en cuando luces de emergencia que brillan, halógenos que parpadean lo suficiente para ver, avanzamos por innumerables pasillos, temiendo que a cada esquina nos saliera algo...
     En una de los últimos giros, escuchamos sonidos de pasos, patizambos, lastimeros y costosos... como si se tratara de un niño que no supiera andar y arrastra los pies a la vez que pisa fuerte... Paramos todos y se asoma mi compañero, por el borde, para verlo. Después de unos instantes que parecen una eternidad, se gira, con al frente y la cara perlada por el sudor... y señala ahí, sin gesticular palabra... Me acerco todo lo silencioso que puedo, me asomo y busco entre la penumbra.
     Veo unos pies llenos de sangre seca, o eso parecen, moviendose con torpeza, con lentitud, con pesadez, transportando un cuerpo blanco como la niebla que nos rodeaba fuera, fibroso, castigado con cicatrices, pero sin brazos, sin cabeza.. El cuerpo era un muñón gigante, abultado y pustuloso, por el que se marcan algunas venas, manchado de sangre, que se bambolea, como una culebra, mientras sus pies desnudos le hacen moverse poco a poco, de forma errante por el pasillo...
     Es una bestia nacida del terror de los hombres, de la pesadilla del más perturbado de los psicóticos asesinos que hayan poblado la tierra... Ni en un millar de años encontrarías una bestia así si no es fruto de la enferma mente de algún desdichado..

     Decidimos dar la vuelta, escondernos o esperar a que pase, y encontramos otra puerta al lado, cuyos goznes chirrían al abrirlay mientras pasamos, escucho que lso pasos del "ser" se aceleran, en dirección a donde estamos... Para estar patizambo no veas como avanza.

     Cerramos la puerta y nos quedamos escuchando. Después de unos minutos, nadie ha rozado la puerta, ni la ha golpeado, los sonidos de pasos se han desvanecido justo delante de la puerta y no se escuchan más. Decido apartar la mirada y mirar dentro de la sala rojiza y metálica en la que nos guarecemos...
     Es una habitación circular, en la que las paredes tienen un destello rojizo y una consistencia pegajosa y resbaladiza, un techo alto y oscuro, con respiraderos blanquecinos, el suelo es de reja que cubre los bordes nada más, con una barandilla pegajosa que protege algunas partes, ya que en otras se ha desmoronado hace tiempo, y justo en medio, como un pozo del mal, el resto de la habitación, iluminada con un par de lámparas, todo rojizo.. y en medio...
     Cada uno pensaba que eran desvaríos propios, que se habían vuelto locos en su estancia... Que no podía ser algo humano, un amasijo de carne rosada y rojiza, gigantesca, se alzaba en un lateral, pegado a la pared, como un huésped o un corazón gigante. Bajamos una escalerilla uno a uno y miramos desde el extremo más alejado esa extraña masa informe de carne...
     De pronto, se empiezan a escuchar sonidos en el eco de la habitación circular, golpes, sonidos ahogados... Decidimos salir por una puerta contigua, lo más rápidamente posible. Salimos a la claridad no de la niebla, sino de un cielo desprovisto de sol, sólo claridad... Y miramos abajo, montones de cables metálicos, cajas y cubierta metálica inundan el suelo, y más adelante, el suelo acaba en un pico redondeado, con baranda a los bordes.
     Un barco! Estaban en un barco carguero!

     Bajan las escaleras hacia las cajas y pasillos, puertas y entradas por el barco, cuando de pronto la puerta por la que habían salido se abre de pronto, violentamente, casi desprovista de sus goznes del impacto. Y sale por ella una criatura alta, y desagradable.
     Vestía un mandil de carnicero blanco, y unos pantalones y botas impermeables, unas cuantas cucarachas recorriéndole hasta la cintura, brazos largos, con las manos terminadas en garras huesudas oscuras, llenas de suciedad, de color rojizo y blanco enfermizo, musculoso, con la cabeza negra, como manchada por hollín, y una mascara por la que no emitía ningún sonido, pegada a su cara, sin agujeros para los ojos, hecha como de escamas oscuras, sucias...
     Sus movimientos son espasmódicos, casi irreales, forzados... Como si le costara coordinar los músculos para realizar una sola acción fluida.

     Nos giramos y mi compañero le vaciá el cargador en el pecho... El ente no parece darse cuenta de ello, más que con movimientos espasmódicos con la cabeza y de repente desaparece, con un movimiento borroso, para situarse unas escaleras más abajo, cada vez más cerca nuestra. 6 balas desperdiciadas. Bien.
     Mi compañero y yo escapamos mientras saltamos, resbalamos y nos enganchamos por entramados de escaleras, barandillas, escalones, cajas, barras, maderas, cables... y el resto intenta moverse de la misma manera, huyendo. Se teleporta a diferentes lugares acercándose, siempre muy erguido, moviendo la cabeza, e intentando golpearnos con sus largos brazos, muy cerca muchas veces de conseguirlo... Crea como ondas expansivas, abollando el metal por el que acabábamos de pasar las manos, o la espalda.

     Llegamos, huyendo de el, dentro del barco, a una zona que parecía un vestíbulo y almacén, colándonos por el tragaluz roto del almacén, saltando de caja en caja, y parando en una baranda que hay sobre el mostrador, esperando..
     Nuestros asíduos abren la puerta de un lado, de entrada de carga y entran sofocados y corriendo hasta que el hombre bronceado, sudoroso y cansado, se sube en un tractor/coche de carga y según se coloca en la puerta ese Paciente Zero, como me había venido a la cabeza nombrarlo. Mientras arranca el coche de carga, se va acercando y se transporta cerca suyo, el hombre arranca y lo atropella repetidas veces, le corta a la altura de los tobillos y cae pesadamente al suelo, sin poder moverse, entre un charquito de sangre espesa y muy oscura.
     El joven que va con nosotros, se tira cerca suya gritando como un descosido y le arranca la máscara putrefacta, que debajo, con una cara rosada, carnosa y sangrante con una boca pequeña, con colmillos muy afilados le muerde en la frente, llevándose un trozo de carne... Mi compañero se adelanta, baja y le vacía otro cargador, que estaba recargando mientras el hombre le pasaba el cargador por encima, esta vez en la cara desprovista de armadura, dejando un amasijo de carne y sesos desparramados por el suelo.

     El joven se lava y se limpia la herida lo mejor que es capaz y se coloca una venda de un botiquín cercano.
Pero se ha convertido en un infectado o algo similar... Decidimos asilarle y le cerramos en un cuarto y echamos cerrojos. La próxima vez que abren los cerrojos son la policía, cuerpos especiales de salvamento y cuerpos especiales de protección y demáses, que han acordonado el carguero, ya que aún no hemos tenido tiempo de preguntar dónde estamos y hay una cola de familiares y personas afectadas para ver al joven, o rendir homenaje a familiares muertos.

     De repente, un fallo en el sistema eléctrico, las luces parpadean, y se apagan algunas, dejándolo en penumbra. Se abren tres ascensores que están al fondo de la sala, y salen equipos del swat disparando a diestro y siniestro, nos refugiamos detrás de una mesa mostrador un par de miembros de policía, un hombre y una mujer y yo, y les pido un arma. Me dan una pistola reglamentaria de no demasiado calibre, pero no me quejo, voy asomando poco a poco el arma y la cabeza y voy disparando hacia el hueco del ascensor, dando a algunos miembros del equipo que se supone aliado que nos invade.
     Vamos matando poco a poco, pero también vamos perdiendo, efectivos, civiles caen muertos en nuestro vestíbulo y miembros de las fuerzas del orden también sucumben bajo el poder, el equipamiento superior y el ataque sorpresa del enemigo.
Unos compañeros refugiados detrás de unas cajas de metal y madera cerca nuestra nos piden una granada luminosa.
     Me indican que están en el cajón del mostrador, la epstaña blanca que brilla no, la verde, así que introduzco la mano en ella y saco un pequeño objeto, parecido a una recarga de balas de un revolver magnum, blanco brillante y se lo tiro.Lo colocan en su fusil de asalto.

     Les pido a la chica de al lado que is no tienen algo más potente que mi pistola y les pido un subfusil. Me lo pasa, envuelto en una funda de tela, le coloco la culata de hierro, le ajusto la mira, abro el cargador y lo encuentro lleno, cierro, martilleo el arma y me asomo al lado de los que me pidieron la granada lumínosa que buscaban aún brecha en la ofensiva para lanzarla.
     Decido hacerles hueco y me asomo un poco, disparando, esta vez, con más asiduidad a los invasores, que caen con mayor precisión, pero parecen no tener fin en el ascensor y en las cajas cercanas, donde se han hecho fuertes. Mato a dos o tres, y el granadero encuentra la oportunidad, se asoma, a lo que yo me escondo de nuevo detrás del mostrador, a toda prisa, dispara y un fogonazo blanco inunda la sala. Fósforo blanco, con suerte ha quemado la retina de algún desgraciado que iba demasiado delante.
     Salgo de la mesa, apuntando, me yergo y avanzo hacia delante, apuntando a las gafas de los swat poseídos. Mientras van cayendo, entre los reductos del fósforo blanco, le veo fin al equipo de soldados. Pero al nuestro también.
     Después de un par de parpadeos y de disparos a casi tientas, los focos terminan de apagarse.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Dreaming #1 / City of Evil




Camino por una ciudad, parece grande, una urbe llena de calles delineadas por la altitud y tamaño de los edificios de alrededor. Carreteras grises, asfalto ralo, pobre. No hay coches aparcados en sus extremos. Camino rodeado de gente que no conozco, todos en la misma dirección, pero aislado en una burbuja de indiferente ignorancia.

A pocos pasos delante distingo a D, con su pelo rizado en llamas, con paso seguro, hacia el ignoto punto final de la peregrinación. Sus caderas moviéndose lentamente y levemente su aroma llegaba a mi... Pocas cosas me han llegado a enamorar tanto como esa presencia, su sola presencia. 





De pronto, el aislado ambiente de aire viciado que me envuelve se expande, como si hubiera vuelto a respirar tras largo tiempo. El sonido se vuelve opaco, como si la gente y el ronco silencio que rodea la cabalgata se esfumara, mientras desaparecen de mi mente lentamente. Sólo estamos ella y yo.

Adelantarla no es una opción, y suavemente me coloco a su vera.
Antes de mirarla nuevamente, recuerdo los rasgos de su cara, delicada, suave y blanca... semi oculta por su rizada y despeinada melena, larga...
Tras sobresaltarse por mi repentina presencia, comienzo una absurda y sobresaltada conversación. La historia de mi vida.

Me hace feliz recordar el pasado junto a ella, y poco a poco me voy dando cuenta de que la interminable caminata prosigue sin pausa, cada vez con más gente, pasando calles, carreteras, puentes...
Construcciones grandes, grises y sobrias, desprovistas de detalles... al menos para mi. Sus ojos verde azulados han robado todos los colores como ya me maldijeron antaño y no tengo más que contemplarlos furtivamente, rendiendo una temerosa pleitesía a su mirada inquisitiva si me descubre...
Tras un tiempo tanteando nuestras manos, de rozar nuestros dedos de forma indulgentemente fortuita, y de, finalmente, agarrarlas mientras caminamos. Suavemente. Levemente.
De manera breve y tímida. Absurdamente breve, cuando en mi cabeza sólo bombea una obsesiva fuerza que golpea mis sienes y me intenta obligar a besarla y no soltarla jamás.




Antes de que esa estúpida y loca idea aparece un vehículo, lentamente. Una luz policial. Dentro viaja un hombre, vestido de uniforme claro, anódino.
La única idea que traspasa mi mente como un cuchillo es una urgencia temerosa de victimismo bien fundado.
La primera sensación que recorre mi espina dorsal es evadirlo, escondernos. 
La otra alternativa, si se baja de ese vehiculo, es matarlo.

Parece que nos ha visto y que por un puente cercano aparece otro vehículo blanco, carente de prisa. Se bajan ambos conductores y sin mediar palabra, comienzan a disparan. La violenta respuesta hace que se activen los músculos de las piernas y trato de ponernos a cubierto en la esquina de un callejón.
Automáticamente cesan los tiros por la parte que ya no nos tiene a la vista, y seguimos trotando por el callejón. Ninguno sabemos cual es el motivo de la respuesta armada, pero ambos sabemos que no es algo inusual allí, quien sabe por qué.


La sensación de que no deberíamos meternos por esa zona es cada vez más apremiante, suciedad y basura acumulada en las esquinas, como si la inmundicia de la ciudad impolutamente apática que habíamos visto durante el resto del día la escondiera celosamente de los ojos generales.
D insiste con que es mejor seguir, y la sucedo en el oscuro pasaje. Cuanto más nos internamos entre los edificios, la luz va exhalando sus últimos rayos, y el aliento comienza a convertirse en un frío vaho en nuestras bocas. Abruptamente llegamos a una extraña comuna, cuyo núcleo estaba en un bidón negro como el carbón con una hoguera dentro, y alrededor, dos personas guareciéndose de un frío que no conocía. Hasta ese momento.
Quizá la adrenalina había ralentizado que sintiera el invierno que estaba asolando aquella zona de la ciudad...

Acurrucada cerca del bidón, una joven con la mirada vacía observaba el baile de las llamas, tapándose los pechos que la camisa rasgada y rota dejaban no alcanzaban a ocultar. Su mirada perdida, sollozante, suplicaba algo que no comprendí.
La muchacha tenía el pelo liso, largo y lacio. Negro. Muy negro. Tenía una cara fina, delgada y redondeada, que le confería menos edad de la que seguramente tendría. Casi podría haber pasado por una niña, excepto por un cuerpo.
Un hombre anciano se erguía cerca de ella, al cobijo del mismo bidón ardiente, y consideré necesario no acercarme a ella por ningún pretexto de lástima y quizá una promesa de que todo iba a ir bien.
Una mentira piadosa. O quizá... sólo una mentira.


D, en cambio, se quitó el corsé que llevaba ella misma, quedándose desnuda de cintura para arriba sin ningún pudor ni conocimiento sobre el frío, y se lo dio a la joven.
Mi naturaleza inquisitiva, que es una buena manera de llamar a mi excesiva curiosidad morbosa de reafirmar lo ya conocido me llevó a observar el proceso, por supuesto.
Pero, ¿dónde iba a mirar? ¿qué clase de excusa iba a proponerme a mí mismo para mi comportamiento?
La joven la mira con sus ojos vacíos. Vacíos de preguntas. De piedad. De sorpresa. De agradecimiento. Mientras ella regresa a mi lado, me quito la chaqueta y se la pongo por encima. Pese a todo no podrán decir que nunca fuí un caballero. No obstante, ella rebusca y se tapa con una camiseta raída también.
Nos dormimos sentados contra una pared, acurrucado uno en el otro, abrazados. Perdidos en ningún lugar.





Cuando despertamos, sigue oscuro, todo sigue gris, y mustio. D me comunica que no ha visto luz solar real ni claridad alguna desde el inicio del viaje. Lo cual es cierto.
La claridad brumosa que había acompañado toda la comitiva era una mentira ficticia, igual de plomiza que la ciudad. Carente de vida.

En el fondo del bidón las brasas aún calientes proporcionaron el único cuerpo con cierto nivel de vida que quedaba en el callejón. Las dos personas se habían esfumado, como si de polvo se tratase.
Sin más preocupación por la joven y el anciano anódino continuamos andando por calles grises... En la absoluta monotonía del paisaje su pelo desgarra destellos rojizos, como una antorcha, iluminando el camino, guiandome... Estaba sumido en la absoluta nube de pensamientos que me alejaba poco a poco de mí mismo y la cordura que me mantenía vivo. Valorando su presencia contra su ausencia, compariendo un camino que lo hacía nuestro.


En estas estaba que llegamos a una calle algo más grande, en la que oímos ruidos lejanos, gente, cristales rotos... Un garaje en un lateral de la calle frontal con puerta levadiza nos serviría para... cobijarnos y llegado el caso, ocultarnos de lo que fuera necesario.
Primero paso yo y tras un sobrio vistazo al interior, le indico que pase.

En el interior del local hay una máquina expendedora sin ningún logotipo, gris, tirada en una esquina, abollada y abandonada, con una capa de polvo que le daba color... algunos maderos sueltos por el suelo, escombros, todo polvo y suciedad...
En una habitación contigua y pequeña, apenas un cuarto de escobas venido a más, encuentro una trampilla enrejada de metro y poco, negra entera... Insisto conmigo mismo en que debe haber algo debajo y la abro despacio. Para mi incertidumbre, tengo que apartar unas incomprensibles alas de plumas de oca o faisán o algo por el estilo que taponan la entrada y abro, o más bien casi arranco un par de portezuelas carcomidas de madera vieja, húmeda, hinchada y oscura.

Antes de mirar dentro del agujero oscuro que habíamos formado en mi curiosidad, oímos un ruido en la reja del garaje. Sobresaltado, entramos en la sala escombrosa lo más rápido posible, temerosos. Ella iba primero, desarmada, inocente.
El primer disparo fue silencioso, resonó por todas las esquinas de mi cabeza...
Vi la cabeza de D, que se giraba para cubrirse, mientras corría hacia mi.
Vi su cara, y miré sus ojos verdes y azules... Una última vez.
Llenos de aceptación, miedo y auxilio. Y de repente el color rojo inundó su cara, inundándola desde dentro. Salpicándome.
Un tiro certero. Entrada y salida.


El segundo tiro resonó mientras aún estaba cayéndo su cuerpo sin vida, mientras mis rodillas temblaban mirando su cuerpo.

La cámara lenta a la que fuí condenado se fué acelerando poco a poco mientras gritaba involuntariamente. Un grito lastimero, bajo y sordo, ronco. Mis ojos coléricos pasaron del cadaver aún rodante de D, al impune agresor, un hombre vestido con ropas oscuras y azuladas, de mediana edad, con cara inexpresiva. Mientras que él empuñaba un aún humeante revólver, lo único que se me ocurrió fué salir corriendo hacia el, cogiendo una piedra, un trozo de madera, algo, lo que fuera. Lleno de rabia.

Le alcancé antes de que lograra apuntarme y me dio en una pierna, pero ya estaba en medio del aire hacia el y agarrándole el hombro del arma, le estrellé la piedra en la sien.
Ambos caimos en un amasijo de brazos y piernas, sangre y jadeos, mientras le golpeaba, donde fuera, con lo que fuera. Cuando conseguí, de alguna manera, colocarme encima de el, le golpeé una y otra vez la piedra en la cabeza.
Mucho rato despues de que dejara de moverse, o gemir, seguía golpeándole, con lágrimas en los ojos, mientras gemía, y me salpicaba cada vez más. Intentaba destruirle de la misma manera que el había destruido todo lo que existía hace tan poco... para mi.


Salgo cojeante por la puerta levadiza, con la piedra goteante aún en la mano. Con la mriada vacía de quien no tiene identidad. Vacía de preguntas. Vacía de piedad. Vacía de sorpresa.
Y la calle gris me devuelve la mirada.
Alzo la vista hacia el cielo...

Aquel que nunca clareaba, mientras más me fijo, la claridad me va haciendo más daño a los ojos, hasta tener que entrecerrarlos... Todo se vuelve cada vez más blanco, más blanco, más claro...
Esto es lo que hace esta ciudad. Te despoja de todo, te mastica y te escupe a las esquinas. Junto a la basura, junto a los despojos del resto del mundo, para consumirte poco a poco. para robarte todo. Se alimenta de esperanzas, de sentimientos y de sueños. Se alimenta de todo lo que te hace fuerte.














N.del E.: No voy a colocar nombres de nadie, sólo pondré una letra, simbólica. Como comprenderéis, no quiero poner en compromiso a nadie. SI esa persona de la que haya leído el texto lo lee y se encuentra, que se de por aludida solo esa persona. Cada uno que le otorgue el nombre que más rabia le de. A gusto del consumidor.