miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mudando la piel

Era una noche oscura, yerma, extrañamente tranquila, iluminada por focos de luz cálida, imitaciones del astro rey que pretendían sumir al mundo en una monótona agonía visual.

En medio de ese lóbrego paraje nos encontrábamos X y yo.

Frente a nosotros se alzaban las verjas, la puerta, un guardia orgulloso que franqueaba la entrada al parque, rodeado de verdor que oculta su contenido, mientras una extraña calidez emana desde varios puntos ligeramente humeantes en el cielo nocturno, iluminados con luces tenues.
Casi un reducto de escondite secreto en la ciudad.

Es un lugar cuyo interior está lleno de piscinas de diverso tamaño, llenas de agua caliente, unas termas. Rodeadas de vegetación, arbustos, césped y árboles... Un recreo nocturno.
Al decidir entrar, X se queda desnuda de cintura para arriba y siento como la temperatura se eleva a mi alrededor mientras observo su espalda tersa y suave, su pelo rozando su blanco y delicado cuello... y quizá no sea sólo cosa del vapor.

Entramos y buscamos una piscina para relajarnos.
Algo me dice que estamos ahí para celebrar algo, y tenía que ver profundamente con nosotros dos.

X se termina de desnudar y cubre su desnudez casi infantil con una toalla por la cintura, de espaldas a mi. Hago lo mismo, notando una compañía que temeroso, apresuro a esconder, algo desesperado.
Mi cabeza da tumbos entre sensaciones y sentimientos, mientras me pregunto que clase de brujería me hace sentir tales cosas solo con ver su clara espalda.

Tras dejar los bártulos y las mochilas en un césped cerca de una piscina rectangular bastante íntima, apartada y reducida, X se sumerge de forma demasiado erótica y cinematográfica, dándome la espalda, mientras adivino sus rasgos en un perfil semioculto por el pelo, abriendo la toalla que le cubría la cintura hacia delante, mientras desfila entre nubes de vapor y entra delicadamente en el agua humeante.
Se coloca en un borde hacia mi, apoyada en los codos.
Mirándome.

Entre las nubes de vapor no puedo observar con nitidez su rostro, y la piscina, iluminada con focos sumergidos, acrecenta el volumen del vapor, otorgando misticismo a la escena.

Puedo ver parcialmente sus turgentes pechos, con el agua cortándole por la mitad a la altura de los rosados pezones. Me incomodo ligeramente y un deseo primitivamente animal me invade, pero no obstante, logro controlarlo. La cabeza me da vueltas, y ya tengo claro que no es solo por el calor.


Me meto también en el agua, deseando que no se note demasiado mi calidez personal.
Dejo mi toalla al borde, junto a la suya y me acerco a ella.

Sin sobresalto o sorpresa, ya que me indicaba que me acercara, poso mis manos suavemente en su cintura, acercando mi cara a través de sus pechos, mientras pasa sus brazos por encima de mi cuello. Nos miramos.

Retazos de una conversación, palabras que murieron en aquella terma, que no recuerdo, conceptos que se ahogaron en mis oídos y en mi cerebro.
Cada vez siento más poderosamente la incómoda sensación que me cruza la cintura y toca ligeramente sus tersos muslos, destrozándome por dentro.

Nuestros labios se acercan, temblorosos, como si fueran anónimos e inexpertos.
En un fogonazo de luz, de realidad, de mentira desechada, mientras nuestros labios casi se funden, desaparecemos en ella, como si tiraran hacia un punto, y con nosotros, todo el lugar.