domingo, 31 de marzo de 2013

#10 Sueños

El sopor de la noche... El miedo a caer rendido encima de un colchón y que, a medianoche, lleguen las pesadillas, los sueños, la divina providencia...
Que el cerebro no deje descansar ni un momento, que aquello que cada día pasas anhelando se convierta en terreno sagrado en tus sueños. En todos tus sueños. Que clase de terapia habrá que aplicar a un humano medio para dejar de soñar... Si cada uno de ellos sólo trae frustración y desagrado.
¿Que clase de solución encuentras además de no querer dormir?
Si cada vez que te acuestes sueñas con metáforas, con idealizaciones de aquello que sabes que está... Entonces, ¿que se supone que haces en ausencia de la consciencia? ¿Hacia que punto puedes dirigir esas pesadillas?

El ser humano es magnífico, desde el punto de vista científico... Pero desde el punto de vista humano, propio, el ser humano está hecho para ser puteado por sí mismo, una y otra vez, para regodearse.
Es la mayor broma de la creación y evolución. Nos ha hecho vulnerables a nosotros mismos, por culpa nuestra y sólo para que tengamos algo de lo que quejarnos cuando las cosas no tengan queja.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Religious Sin

Salí al exterior para tomar una bocanada suave y gélida de aire fresco. Me apoyé en la barandilla y observé el atardecer lento y perezoso, como se ocultaba el sol tras un espejo marinado y dorado. La caricia del viento estimuló mis sentidos hasta el punto de cerrar los ojos y dejar que el tiempo barriera de mi las sangre y las pesadillas. 

Cuando abrí los ojos, aún seguía apoyado en la barandilla de aquel transatlántico que me llevaba a Francia, esperando a que ocurriera algo, sabe Dios que es lo que pretendía que ocurriera. Llevaba demasiado tiempo para mi gusto en aquel bote gigante, y el espeso, denso y lleno de recargados pasajeros del ambiente del comedor que reinaba dentro me asfixiaba por momentos y hacía que una gota de sudor recorriera mi cuello lentamente, con dolorosa parsimonia.

Mirando el mar atardecer, refulgiendo en oro y cobre, en su grandiosidad e inmensidad sentía la suave pero constante brisa y como el calor que el astro rey se iba disipando entre las nubes emergentes... 
Saqué mi cajetilla de Chester del bolsillo interior del tres cuartos oscuro y escogí un cigarro al azar. Busqué el encendedor entre los numerosos bolsillos de la chaqueta y del abrigo, de los pantalones, con el cigarro en la boca, lacio y muerto. Después de algunos intentos, la chispa encendió en el extremo del tembloroso cigarro, dotándolo de vida, en contra del viento que, obstinadamente extinguía y menguaba la llama del encendedor.
Tras una profunda calada inaugural, que se llevó el viento a medida que salía de mi boca como un pañuelo deshaciéndose por el aire, formando abstractas imágenes en el firmamento, recapitulé un poco...

Llevaba muchas horas sin dormir, sin descansar apropiadamente. Las investigaciones en terreno americano en algunos antiguos mausoleos y templos abandonados tiempo ha habían sido agotadoras... Por no hablar de la sangre.
Había en todos ellos sangre por todas partes. Ocupantes religiosos, frailes o lo que fueran, habían sido crucificados con clavos en las palmas, codos, y hombros en una viga y con el vientre rajado unos centímetros por debajo del ombligo, de modo que se le habían agolpado las tripas, pero no habían caído, prolongando su agonía, desangrándose lentamente. A otros, en cambio, les habían sacado los ojos, cuyo paradero no había sido encontrado aún cuando me marché, y también yacían destripados, rodeados de sangre. Mucha sangre.

Un sólo psicópata podría haber hecho eso a un par de personas, tres como mucho. Pero más de una veintena de monjes, todos con una hora de muerte similar, en diferentes lugares, es una cosa muy diferente. No podía dejar de pensar en que había algo gordo detrás de eso... O algo mucho peor y ancestral...
Apreté el crucifijo que llevaba al cuello con la mano libre, mientras daba otra calada y observaba, esta vez con aprensión, la oscuridad que iba engullendo la nave y el mar despacio...


lunes, 25 de marzo de 2013

Fotografías

Hacía más de diez días que encontré la foto, normalmente no era muy nostálgico, ya que cada momento tiene su lugar y viceversa, y su recuerdo no era si no un espejismo, una mentira desdichada que pretendía perfeccionar el subconsciente para convencerse de algo mejor. No era muy dado a espiar recuerdos mientras las fotografías me refrescaban la memoria.

Recuerdo que en aquella accidental mirada, descubrí a dos muchachas, ambas de las cuales aparecían en la fotografía en primer plano, sentadas en los asientos de un tren, vestidas con bonitos y llamativos vestidos con amplios escotes. Una más que la otra, he de señalar, puesto que Dios no nos dota de las mismas medidas a todos por igual. La joven alta, con el pelo oscuro, hacía los hombros, pegado a la cabeza, liso y cuidado me dirigía una mirada de profunda indiferencia, mirando hacia la cámara.

No todas las mujeres miraban así hacía mi, quizá hubo un día en el que no era así, pero fue hace tanto tiempo que ya no lo recuerdo. De todas formas, mi persona no recordaba haber hecho esa foto. Me intenté sumergir en aquel difuminado recuerdo, en aras de encontrar la satisfacción a mi curiosidad.


Me vi envuelto en un torbellino gris y blanco de sonidos apagados y pronto, las figuras tomaron color. Un color tenue, liviano y tristón, pero suficiente para distinguir el escenario. 
Sentado estaba yo en los asientos delanteros de las dos jóvenes y atractivas muchachas, que con mucho gusto un mozo con una boina y una bufanda les hacía una fotografía justo casi delante mía, agradeciéndoles la atención.
Sin otro objeto sino el de disipar mi incomodidad, el exterior de la ventanilla se antojaba mucho más interesante. Campos, árboles... El verde era su único matiz, junto al plomizo cielo plateado que lo coronaba. Tren de largo recorrido, supuse, estaría en un trayecto largo entre mi ciudad natal y alguna otra a la que pretendía visitar, ya que, por mi ocupación, necesitaba de ciertos viajes frecuentemente.


Al despejar la vista y marcharse el joven fotógrafo, desvié la mirada hacia el pasillo, pasando por la mirada de ambas jóvenes que se abanicaban despacio y cuchicheaban entre sí, donde se escuchaban risas, voces, y en definitiva, algo poco frecuente e irritante en mi propia consciencia. Entablé contacto visual con una chica que me parecía a todas luces mi pareja o prometida, y la sensación del momento me decía que así debía ser. Estaba rodeada de otras mujeres y algunos hombres, hablando, charlando y riendo. Todos los trajes eran de colores grises, negros agrietados y blancos sucios, en mi cabeza, ella resplandecía con un vestido verde profundo, contrastando con su pelo rojo. Parecía un espíritu de un bosque, una guardiana de las espesas selvas del amazonas.
No obstante, sentía algo raro para con ella, recordaba quien era, pero en otro punto de mi cabeza, ya no recordaba o no quería recordar nada de ella.

Se giró y me miro de forma inocente, con los ojos llenos de alegría y el pelo encendido revoloteando alrededor de su cuello y su cara. Intuí que era lo que pretendía hacer, y giré la vista hacia la ventana,  azorado.
He de explicar que intuí que haría algo, pero no sabía que era, en mi recuerdo, no podía hacer otra cosa que observar la ventana con el cuello rígido como una piedra. Miré de reojo a la joven, cuya alegría se apagaba lentamente y con un gesto mohíno de disgusto y fastidio bajaba la mirada y volvía a su entretenimiento anterior.

Me sentí mal por aquella bella e indómita joven, pero mi receptáculo de recuerdos permanecía impasible, observando nada a través del cristal. En el fondo de su ser sentía que había ganado algo, que se sentía victorioso, de alguna manera. Un sentimiento de superioridad simple y oscuro.


Mientras tanto fuera, el cielo plomizo amenazaba lluvia y niebla, y el recorrido del tren asomaba por un embarcadero pequeño y una estación austera y sencilla. Entre los jirones de la niebla que se esforzaba en espesar sobre el suelo alcancé a observar algunas sombras de edificios bajos. Quizás el embarcadero era de un pueblo cerca de un lago interior. Seguía sin recordar hacia dónde se dirigía el viaje en tren.

Sea como fuere, un hombre comenzó a cantar en el pasillo mientras se apeaba, o pretendía hacerlo. El pelo castaño claro repeinado hacia atrás, una sombra de bigote y un poco de perilla, era un hombre a todas luces atractivo, elegante, con cara de somnolencia propia del consumidor de alcohol frecuente, alto y con buena planta. Buscaba su sombrero entre ataques de hipo y menudencias susurradas sin ningún sentido, cuando finalmente lo encontró y bajó del tren. 
No se si el recuerdo de aquel hombre es importante o no, pero sé que su recuerdo está vívidamente grabado en esta memoria.


Después de semejante aluvión de imágenes, decidí abstraerme mirando el fuego de la chimenea, con la fotografía en mis manos. Pensaba en aquella hermosa joven y dónde estaría ahora. Seguro que casada con un fornido y apuesto hombre de negocios, o quizá un médico reputado. Ese tipo de mujeres no tienen elección de vida, están condenadas a ser queridas por todos y obtenida por ninguno.
Supongo que pasaron tiempos mejores en mi vida, pero su recuerdo no se evaporaba, deseaba que fuera un madero y ardiera en su complejidad y su recuerdo, y desapareciera ahogado por el humo y las chispas. 

Por otra parte, aquella evocación, aquel recuerdo, me había dejado extrañamente débil y cansado, mareado, sintiendo el peso de mis años en mis hombros, sosteniendo aquella fotografía en mi mano. Pero, más importante aún ¿si el joven hizo la fotografía, porque la tenía yo guardad en mi maletín? ¿Cuándo se la compré? ¿Quién era el hombre ebrio del tren?

Arrojé la maltratada fotografía al fuego, mientras observaba como se retorcía y se doblaba sobre sí misma, de forma dolorosa, desfigurando a aquellas muchachas que nada tenían que ver con lo demás. ¿O si?

Detesto mirar fotografías.

domingo, 17 de marzo de 2013

#9 La preocupación

Cuando te preguntan si puedes ser mejor persona... ¿se refieren a ti, o a ellos mismos?

La gente, por norma general, tiende a corregir sus propios errores en personas ajenas. Quienes vamos un poco jodidos por como somos nosotros mismos, por los caminos que hemos seguido, las elecciones y acciones que hemos tomado, sentimos una especial gratitud para con nosotros mismos al intentar ver como otra persona a la que aprecias de verdad no sigue tus pasos, y se dirige hacia un camino que tu en su día no contemplaste y ahora ves como el mejor.
Igual peco de egolatría al hacerlo, pero mi preocupación es sincera, si bien quizá mi métodos no sean del todo correctos.

Dicen que si el destino merece la pena, da igual el camino que tomes para conseguirlo.
Creo que es cierto... Pero las metas personales, los caprichos... No debería aplicarse nunca este esquema. Será por experiencias pasadas, mías o de otra persona... Pero siempre acaban sufriendo terceros y nunca es agradable para nadie.

miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Que significa hacerse fuerte?

Desde la antigüedad, cuando nos referimos al camino de la espada, hablamos de Primus Cerno, Secundus Cruz, Tertius Fides, Quartus Valeo.

Si lo traducimos al lenguaje moderno sería: Comprender el espacio, Trabajar con las piernas, Tener aplomo y Potencia muscular... Refiriéndose a esto, tiene un sentido profundamente zen e incluso transmite enseñanzas de cómo vivir la vida.

La musculatura es lo que se fortalece con más facilidad. Si se le pone voluntad, todo el mundo puede conseguirlo. Pero el poder reside en tener vigor... con fuerza mental es muy fácil estar atento a todas las direcciones y derribar barreras.

Es más, los que perfeccionen la energía de la mente y el cuerpo dominarán la pierna... el trabajo de las distancias controladas, el trabajo en tierra... las técnicas de combate imprescindibles para ir al encuentro del contrincante.

Además... contemplando todos estos puntos, se puede adquirir la capacidad de controlar todos los factores de una guerra...
Dicho de otro modo, los fuertes son los que obtienen la victoria.

Las enseñanzas del camino de la espada que yo he aprendido son; 
Que un poder rotundo domina al enemigo.
Que una mente firme domina al enemigo.

La rapidez y la distancia de control dominan la batalla. La perspicacia que abarca toda la batalla lo domina todo. Los cuatro principios.

Conocerse a sí mismo es la clave del poder. Ése es el camino de la espada. Y el ideal en el que se basa el camino de la persona. Sin embargo... los ojos están enturbiados por el miedo. Las piernas paralizadas. El corazón se ha rendido con demasiada facilidad.

Si esto es la naturaleza humana... entonces ¿qué es un luchador?¿qué es la fuerza?
Es posible que no haya ninguna respuesta. Porque es imposible responder. Precisamente porque sé que es imposible cabe la posibilidad de que ése sea su ideal.

Las personas son tan frágiles y tan débiles, que se quiebran enseguida. Pero eso es lo que las hace humanas. Y ninguna persona puede seguir peleando completamente sola. Pero... cada uno es como es.
Por eso te ruego... te suplico... que me des un poco de valor.

¿Éste es un camino para hacerse más fuerte? Con dolor y amargura, las personas llegan a apuñalarse el corazón con sus propios sentimientos. ¿La gente sigue peleando precisamente por eso? 

Para no perder contra nadie... Para que que mi propia espada no pierda.



martes, 12 de marzo de 2013

Agua y polvo

"Hoy nuestros ojos se encontrarían y decidirían cual es nuestro camino, sin importar que mañana se convirtieran en agua y polvo."


Nunca valoró realmente cuanto tiempo tenía para sumergirse dentro de ese estanque y recoger aquellos relámpagos plateados que se entreveían por la superficie. Nunca importó. Pensó que siempre estarían ahí, y que, cuando decidiera necesitarlos, podría sumergirse y recogerlos.
Así que se preguntó: «¿Porque no cogerlos hoy? Todos pueden verlo y quizá una mente menos honrada se jactara de su posesión y los reclamara sin pensar en más.»

Sin más preocupación que la seguridad de sus futuras joyas, se sumergió hasta la cintura en el lodo de la orilla para buscarlos, sin cuerda que usar de guía, sin maderos para flotar. Sería una travesía corta.
Mientras buceaba, y con un palo de una rama de roble removía las algas del fondo, se preguntaba dónde se habrían escondido, pues se veían brillar claramente a través de la superficie, pero bajo ella, la oscuridad bañaba todo el fondo. Tras fútiles intentos zarandeando algas, arena y barro, mientras la presión del pecho aumentaba, pugnando por oxígeno, pensó que quizá buscaba en el lugar equivocado, que quizás estuvieran en una zona más profunda en el centro del estanque.

Se encaminó buceando hacia allí, golpeando indiscriminadamente rocas, barro, algas y peces, con tan mala suerte que su tobillo quedó atrapado en un matojo profundo de algas espesas, oscuras y enredadas. Pateo inútilmente para desasirse del abrazo claustrofóbico. Desesperado, las golpeo con su rama, pero aquellas enredaderas oscuras se arremolinaron alrededor y se lo quitaron de las manos, en un violento envite, cayendo inofensivamente al fondo arenoso y dejando desarmado. 

Con cada espasmo, perdía fuerzas, y sentía cada vez más dolorosamente en el pecho la necesidad, la llamada punzante de sus pulmones, que se encogían rápidamente sin aire. Mientras abría la boca en un silencioso grito de socorro, sus pulmones se ensancharon y se llenaron de la turbia y oscura agua del estanque. La vista se encogía y se oscurecía, y mientras miraba hacia la superficie, tan engañosamente cercana, pensó en los reflejos del sol, que reflejados a través de la superficie, parecían un millar de cuentas, un desfile de perlas y escamas plateadas de la más exquisita talla. 
Sonrió, comprendiendo, mientras por avaricia se hundía en el fangoso fondo con la cabeza dándole vueltas, para siempre...


¿Moraleja?

martes, 5 de marzo de 2013

#8 Lo normal

Al final todo es cuestión de integridad. En esta época el ser humano basa en su propia reputación y en su propia confianza por una regla de uso común, una regla no escrita, una costumbre, en todo lo que le rodea toda su atención e interés...  Cuando algo se vuelve necesario, conveniente y natural, es porque ha logrado convencer de su conveniencia a todos los demás.
No la comparto porque no creo que todo el mundo sea hecho de la misma pasta y decida igual en cada circunstancia.
Pero olvidaba que cuando una persona de esta sociedad se vuelve contra sí mismo, es decir la amalgama social que se ha formado en torno a el, el resto de la sociedad le echa a patadas. Es decir, se convierte en un individuo inútil, aporta algo que los demás no quieren o temen escuchar.

La verdad se ha convertido en un bien escaso y la mayoría de los mentirosos dicen actuar en pro de ese concepto. En peligro de extinción.